¿Ése soy yo? Preguntó el anciano, al no reconocer su imagen
en el espejo. Claro, papá, le respondió absurdamente una mujer demasiado mayor
para ser su hija.
La mutación ocurrió de repente, afirmaron ambos, aunque muchos opinaban que eso era imposible; nadie podía saberlo. Lo único cierto es que ya no se reconocían el uno al otro.
Olvidémoslo todo, le propuso, y así lo hicieron. Desde entonces viven sin saber que existen, mientras el destino trabaja a destajo rediseñando todo de nuevo.
Con el tiempo, se acostumbró a la existencia de la alarma, esas cuatro letras claras e inconfundibles que la reclamaban con urgencia desde cualquier lugar: mamá.